top of page

Los nuevos límites del humor

Llevo un par de días tocado por la horrible noticia del niño de dos años atrapado en un pozo. Asisto roto al desvanecimiento de la esperanza y a cómo —a medida que pasa el tiempo— se diluyen las posibilidades de encontrar a Yulen sano y salvo. Me he puesto en la piel de esos padres —soy padre— y sacudo la cabeza horrorizado ante la simple insinuación en mi cerebro de la posibilidad de que me suceda algo parecido. El atroz e irracional —o más bien extremadamente racional— miedo a perder un hijo me paraliza. Acudo a los periódicos digitales, escucho la radio a la espera inquieta de escuchar o leer la noticia de la salvación de Yulen. Navegando por la red a la caza y captura de la última hora me he encallado en el tuit de la imagen.

¿Lo han visto? ¿Han saboreado su amargor, su profunda falta de respeto por el dolor? ¿Su insensibilidad? A mí me ha dejado KO. Ahora viene la pregunta para el debate. ¿Dónde están los límites del humor? ¿Es lícito reírnos con chistes de las Torres Gemelas de Nueva York pero no de este tuit atroz? ¿Podemos contar chistes machistas sin serlo? ¿Podemos contar chistes racistas sin serlo? ¿Podemos contar chistes de retrasados mentales sin ser nazis? ¿Se puede? Yo siempre he defendido la libertad de expresión, como símbolo de una sociedad madura, adulta, capaz de reírse de sus miserias sin adoctrinar. Capaz de reírse de la pobreza, de la crisis, de los ricos, de los Borbones, de los escritores, de los parados, de los trabajadores de IKEA… Sin embargo ¿también podemos reírnos de un dolor fresco, actual, sangrante, sufridor y presente en el corazón de estos padres sin consuelo y casi sin esperanza? Si fuera coherente diría que sí, que se puede —yo nunca lo he hecho ni lo haré—, pero sinceramente, el horror me incapacita para responder coherentemente. Y aunque no quiero que encarcelen, ni multen, ni insulten ni agredan al autor del chiste, tampoco quiero saber nada de su humor ni de su puta gracia (si es que la ha llegado a tener alguna vez, el gilipollas, y sí, acabo de insultarle, le he llamado GILIPOLLAS, imagino que le parecerá gracioso). En fin, seguiré puliendo mi coherencia con el corazón y con el alma, porque al fin y al cabo no somos fríos textos legales, somos personas, joder.

Entradas Recientes
Buscar por etiquetas
Sigue a A.C. Caballero
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
bottom of page