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El mensaje en una botella enviado a los extraterrestres.

En 1977 la NASA envió al espacio dos sondas bautizadas “Voyager” (Viajero) con la misión, entre otras, de estudiar el ambiente del sistema solar exterior. Se han convertido en el objeto artificial, creado por los seres humanos, más lejano. La peculiaridad de las dos sondas es que en su interior se incluía – en ambas – un disco de oro (como un antiguo LP de vinilo) con mensajes diversos grabados, como la estructura en hélice del ADN de los seres humanos, los dibujos de un hombre y una mujer, la situación del planeta Tierra en el sistema solar, un discurso de bienvenida del Secretario General de Naciones Unidas en 1977 y saludos en 55 idiomas.

El hecho en sí – la mera existencia de un mensaje creado por un comité científico de la NASA liderado por el astrofísico Carl Sagan – a mí particularmente me resulta fascinante.

¿Una misión de la NASA que desde el día de su lanzamiento hasta hoy ha costado más de 700 millones de euros exclusivamente para contactar con extraterrestres inteligentes?

¿Un disparate? ¿Una genialidad? ¿Una frivolidad?


Opino que invertir 700 millones de euros en una misión de esas características – cuyas posibilidades de éxito son remotísimas pero existentes, aunque sea dentro de miles de años – es una minucia si lo comparamos con los 100.000 millones de euros (de hoy día) que costó en su conjunto la misión Apolo que envió al hombre a la Luna.

Actualmente una señal enviada a las sondas tardan 14 horas aproximadamente, es decir, las sondas se encuentran a 14 horas-luz de la Tierra, esto son unos 15.000 millones de Km, es decir, que en unos cuarenta años prácticamente están a la vuelta de la esquina (tengamos en cuenta que, por ejemplo, los planetas teóricamente habitables encontrados en Febrero por la NASA se encuentran a cuarenta años luz de nosotros).

Si las sondas se mantienen funcionales y operativas (utilizan generadores eléctricos nucleares) tardarían unos diez mil años en llegar a estos planetas.

¡Diez mil años!

Esto quiere decir que lo del disco de oro, los mensajes y toda la parafernalia eran solamente gestos infantiles para ¿demostrar? que tenemos esperanza en la existencia de vida más allá de la Tierra, pero que somos conscientes de que un contacto entre civilizaciones interplanetarias es más que difícil (al menos por nuestra parte en los próximos diez mil años).

Si suponemos que en los planetas encontrados por la NASA “cerca” del sistema solar (recordemos, a 40 años luz) hay vida, y suponemos que es vida inteligente, y suponemos que está al mismo nivel tecnológico que nosotros (estamos suponiendo demasiadas cosas) y suponemos que dentro de diez mil años se tropiezan con la sonda Voyager y suponemos que encuentran el disco de oro y suponemos que lo interpretan a la perfección y encuentran la aguja en el pajar, osea la Tierra, y deciden contestar a nuestro gritito en mitad de la inmensidad del Universo, y suponemos que dentro de diez mil años estos “seres hipotéticos” tienen tecnología y ganas para hacerlo, es posible que vengan a hacernos una visita o nos manden otra sonda.

Este juego hipotético de ping-pong interplanetario duraría milenios.

Pero... ¿sería posible que todos estos supuestos sucedieran?

La pregunta la lanzamos desde el ansia y la necesidad de comprobar que no estamos solos en el Universo, que esta mota azul achatada por los polos no es una canica empujada por la ley de la gravedad a girar eternamente alrededor del sol (bueno, hasta que dentro de 2800 millones de años caliente tanto a la Tierra que haga la vida imposible) sin ningún sentido.

Hay quien ha respondido con rotundidad hace años.

El radioastrónomo Frank Drake formuló en 1961 una ecuación que pretendía estimar la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia.

Hay quien dice que la solución de la ecuación es 1, es decir, que solamente existe UNA civilización en nuestra galaxia, osea, la nuestra. Y a partir de aquí, las especulaciones varían entre los optimistas y los pesimistas.

Yo creo que lo hermoso no es saber si estamos solos o no en el Universo, si no la parte de la naturaleza humana que anhela crecer como raza unida, como entidad única que mira a la negrura exterior – al espacio exterior – y con una sonrisa, escribe un mensaje en un papel, lo mete en una botella y lo lanza ingenuamente a la inmensidad del océano cósmico con esperanza, o simplemente con intención de hacer crecer esa esperanza que nos haga creer en lo imposible y lo improbable.


A. C. Caballero



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